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Camino de la vida (por J-R. Flecha)

El evangelio que se proclama en este domingo quinto de Pascua es muy rico en sugerencias (Jn 14, 1-12). Vemos que, al menos, contiene una promesa, una revelación y una exhortación. La promesa forma parte de las palabras de despedida que Jesús pronuncia en el marco de la última cena antes de salir hacia el Huerto de los Olivos.

- “Me voy a prepararos sitio”. En el momento de acercarse a su muerte, Jesús no abandona a los que lo han seguido durante su vida. La fe nos lleva a creer que el Señor intercede por nosotros ante el Padre celestial.

- “Volveré y os llevaré conmigo”. A lo largo de la vida, los cristianos repetimos con frecuencia el “Ven, Señor Jesús” que ha orientado durante siglos el camino de nuestros hermanos. La fe alimenta nuestra esperanza.

- “Para que donde estoy yo, estéis también vosotros”. Jesús había sido anunciado como el “Emmanuel”, el Dios con nosotros. A la hora de la despedida no olvida esa misión. Estar con Él es nuestra meta. La esperanza revela el amor del que nos llama junto a Él.

EL SEÑOR DEL CAMINO

El evangelio de hoy contiene también una revelación. La debemos a una pregunta del apóstol Tomás. Él había animado a los discípulos a seguir al Señor hasta el final. Ahora confiesa no saber adónde va su Maestro y por tanto ignora el camino para seguirlo. La respuesta de Jesús nos es bien conocida: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

El 20 de abril del 2008, el Papa Benedicto XVI celebraba la eucaristía de este quinto domingo de Pascua en el Yankee Stadium de Nueva York. Ya al principio de su homilía se hacía eco de las palabras con las que Jesús responde a Tomás: “Cristo es el camino que conduce al Padre, la verdad que da significado a la existencia humana, y la fuente de esa vida que es alegría eterna con todos los santos en el reino de los cielos”.

El Maestro es camino, verdad y vida. Esa revelación positiva de Jesús y de su misión incluye unas connotaciones negativas que nos ayudan a vivir atentos en este mundo. Si no lo seguimos, andaremos descaminados y perdidos. Si no escuchamos su voz, nuestra vida será un engaño. Si no lo aceptamos de corazón, nuestra existencia será mortecina.

LLAMADOS A LA PAZ Y A LA FE

Finalmente, el evangelio de hoy contiene una preciosa exhortación: “No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí”. Estas palabras eran las más adecuadas en aquel momento en el que Jesús se despedía de sus discípulos. Pero son oportunas y necesarias para los creyentes de todos los siglos:

“No perdáis la calma”. Las calumnias y las acusaciones, la persecución y el martirio han acechado siempre a los cristianos. Pero nada podrá apartarnos del amor de Dios. En él encontramos la paz en momentos de turbación.

“Creed en Dios”. Dios no es enemigo de la causa humana. La fe en Dios no es un peso, sino una fuente de alegría. Creemos en Dios porque sabemos que Él cree en nosotros, se fía de nosotros, confía en nosotros, a pesar de nuestra debilidad.

“Creed también en mí”. Esta es la clave de la vida cristiana. Hay otros hombres y mujeres que creen Dios. Nosotros creemos en Jesús, su Hijo, nuestro Maestro y Señor, nuestro amigo y Hermano.

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