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Subió a los cielos (por J-R Flecha)

“No; yo no dejo la tierra. No; yo no olvido a los hombres. Aquí yo he dejado la guerra: arriba están vuestros nombres”. Esos versos de José Luis Blanco Vega nos ayudan a iniciar la oración de la alabanza en la mañana de la solemnidad de la Ascensión del Señor. En ellos escuchamos un eco de la despedida de Jesús.
Efectivamente, su Ascensión a los cielos no significa un desprecio de esta tierra que recorrieron sus pies. Ni un desaire a los hombres a los que consideraba en verdad como sus hermanos y amigos. Él era el primogénito de entre los muertos. Y con él llevaba hasta la gloria eterna de Dios a la humanidad entera, sus gozos y sus lamentos.
Su Ascensión nos invita a mirar a los cielos, sin olvidar las tareas que nos han sido encomendadas en este suelo. El verso nos recuerda que “arriba están nuestros nombres”. Como escribía San Pablo, “nuestra ciudadanía está en los cielos”. Somos peregrinos y exiliados, siempre enganchados por la nostalgia de nuestra patria.

NUESTRO INTERCESOR

En el Credo profesamos nuestra fe en la gloria del Resucitado: “Jesucristo subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso”. Son palabras que repetimos con frecuencia. Pero necesitan una reflexión para que puedan iluminar nuestra vocación de creyentes y nuestra tarea de cada día.
- Los “cielos” son en el pensamiento hebreo una expresión con la que se pretende evitar el nombre sagrado de Dios. Subir a los cielos no significa, por tanto un ascenso a un lugar del espacio estrellado, que, de todas formas quedaría tan lejos de Dios como la superficie de la tierra. Subir a los cielos significa abrirnos el camino hacia Dios. “Sólo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre”, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica.
- También el asiento junto a Dios es otra bella imagen. Con ella se indica la dignidad divina de Jesús. Y la intimidad que en la gloria se concede al que se había abajado como un esclavo. “Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías”, como explica el mismo Catecismo. Ahora sabemos que el Señor es igual al Padre en cuanto Dios e intercesor y mediador de todos los que nos gozamos de ser sus hermanos.

EL CONSUELO Y LA FUERZA

En el texto evangélico que hoy se proclama (Mt 28, 12-20) Jesús envía a sus seguidores a hacer discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y a enseñarles a guardar todo lo que él había mandado”. Ésa es nuestra tarea en todo tiempo y en todo lugar.
Pero no estamos solos en esa misión. Jesús se despide diciendo: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
• “Yo estoy con vosotros”. Jesús había sido anunciado como el “Emmanuel”, que significa “Dios con nosotros”. A la hora de su despedida quiere dar fe de aquel nombre y de aquella misión. Él es el Dios hecho humano que ha estado y estará para siempre con nosotros.
• “Yo estoy con vosotros”. Está con nosotros en su Palabra, en la asamblea de sus fieles, en el misterio eucarístico del pan y del vino y en la presencia interpelante de los hambrientos y sedientos, y de todos los pobres y marginados.
• “Yo estoy con vosotros”. Él está con nosotros en el consuelo que nos transmite gracias a su Espíritu y en la fuerza con que el mismo Espíritu nos ayuda a dar testimonio de su vida y de su misión en este mundo nuestro.

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