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Naturaleza y Fe (19ª TO por J-R Flecha)

Nuestra avidez está destrozando la naturaleza. La hemos considerado como un montón de objetos. Sólo eso. La hemos violado para enriquecernos con sus tesoros. La hemos convertido en un artículo de compraventa. No es extraño que, de vez en cuando, se alborote y nos recuerde su grandeza y majestad. La naturaleza es bella, pero es también temible.
Siguiendo a San Agustín, los teólogos medievales hablaron con frecuencia del libro de la naturaleza. En él podemos leer ese mensaje de Dios que se dirige a los hombres y mujeres de todas las culturas y de todas las religiones. En la creación se puede descubrir algo de la grandeza de su Creador.
Su belleza nos cautiva y nos invita a la contemplación y a la oración. El fuego, y el viento, la tierra y el agua nos acompañan con su música. Los grandes místicos han visto en la naturaleza un don de Dios y un camino para llegar a Él. Francisco de Asís alababa a Dios por esos elementos a los que él consideraba sus “hermanos”. Juan de la Cruz cantaba las mil gracias que el Señor ha derramado sobre todas las criaturas.

EL MIEDO

En el evangelio que hoy se proclama, los discípulos de Jesús se encuentran navegando en medio del mar de Galilea. Muchos de ellos son pescadores y conocen bien el lago. Pero en esta ocasión, el viento les es contrario y la barca navega con dificultad, sacudida por las olas. Es de noche y la travesía se hace fatigosa (Mt 14, 22-33).
En las páginas bíblicas, el mar es visto a veces como un símbolo del mal. En este relato evangélico, la naturaleza se nos presenta como la metáfora de la historia. De una historia que con frecuencia se muestra hostil. Antes y ahora, los discípulos de Jesús tienen que remar con fuerza para dominar las olas y mantener el rumbo.
Por otra parte, Jesús está lejos. Se ha retirado al monte para orar, a solas. Y los discípulos se sienten abandonados. A lo largo de los tiempos, los cristianos hemos caído en la tentación de sentirnos abandonados por Aquel que nos ha llamado a seguirlo. La confianza en el Maestro ha dejado lugar al miedo.

LA ORACION

La noche deja paso a la alborada. Al amanecer Jesús se acerca a los que reman con fatiga contra el viento. Sus palabras animan a los discípulos y, a la vez, los interpelan por su poca fe. El evangelio recoge también tres frases con las que ellos reflejan nuestra angustia. Son tres oraciones para todos los tiempos:
• “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua”. Esta petición de Pedro puede sonar como un tanto petulante. El discípulo parece someter a prueba a su Maestro. Pero revela también su anhelo de acercarse al que reconoce como su Señor.
• “Señor, sálvame”. Nuestro orgullo y nuestra necedad nos pierden. Nos ponemos en una situación imposible y culpamos a Dios de los desastres que han provocado nuestras dudas. Nadie puede pretender fáciles milagros que vengan a remediar nuestra imprudencia.
• “Realmente eres Hijo de Dios”. Pedro ha pretendido distanciarse de la comunidad y se ha hundido. La comunidad permanece en la barca y rema. A ella viene Jesús. Junto a las dos súplicas de Pedro, se oye la voz de la comunidad que adora a su Señor y confiesa su fe.
- Señor Jesús, tú sabes bien que estos son momentos difíciles para tus discípulos. Las olas y el viento azotan la barca, mientras somos tentados por el miedo y por la duda. Acércate a nosotros y escucha nuestra oración suplicante y confiada. Amén.

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