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Preguntar por el bien y el mal (TOB21-12) por JR Flecha

No es normal que las gentes ya no se pregunten qué es el bien y que es el mal. Una sociedad así habría perdido la brújula. Sería una sociedad desorientada. La pregunta por lo que es bueno o malo nos ayuda a ser personas y a vivir en comunidad. A fin de cuentas, esa pregunta puede conducirnos a la felicidad.

Ahora bien, lo difícil es encontrar los criterios para marcar los límites del bien y del mal. En la historia de la moral cristiana se recuerda que una corriente de tono antropológico, representada por Santo Tomás, diría que una acción ha podido ser mandada porque, en realidad, era buena para el ser humano. Y lo contrario habría que decir del mal.

Pero otra corriente, que se sitúa en la línea del nominalismo radical, ha dado la vuelta al esquema. De hecho, afirma que una acción es buena precisamente por haber sido mandada u ordenada. En este caso, la prioridad se concede a la ley positiva antes que al ser mismo del hombre..

En la primera lectura de hoy, Dios no presenta sus mandamientos como una decisión arbitraria. En realidad, son la clave de la racionalidad y del buen sentido: “Estos mandatos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia”. (Deut 4,6).

NORMAS Y MANDAMIENTOS

Pero, a lo largo de los siglos, todos hemos encontrado mil artimañas para decidir por nuestra cuenta los límites del bien y del mal. Y para burlarnos de los mandamientos de Dios. Jesús lo dice en el evangelio que hoy se proclama: “Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres” (Mc 7,8).

La lectura del texto evangélico nos lleva a pensar solamente en los lavatorios y en las prácticas higiénicas. Pero los ejemplos pueden multiplicarse de forma sorprendente. De hecho, en muchas ocasiones ponemos nuestras propias normas y manías, nuestras costumbres y tradiciones por encima de los mandamientos del Señor.

Basta pensar en costumbres de nuestra familia, en tradiciones de nuestro pueblo o nuestro barrio, en refranes que parecen sabios y son inmorales, en estatutos anticuados de asociaciones y hermandades, en prácticas típicas de la religiosidad popular. Todo nos sirve como escudo para defendernos del doble mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.

LO DE FUERA Y LO DE DENTRO

“Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”. Esta otra frase de Jesús se refiere todavía a los lavatorios. Pero también ella puede ser aplicada a todos los ámbitos de nuestra vida.

• “Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro”. No somos perfectos: eso es claro. Pero nos cuesta aceptar nuestra responsabilidad. Así que nos limitamos a descargarla sobre “lo de fuera”. La crisis, el gobierno, nuestra familia, la educación que nos dieron en el colegio, la jerarquía de la Iglesia. Todo ha contribuido a robarnos nuestra limpieza y transparencia. Todos tienen la culpa de nuestra maldad. Todos menos nosotros mismos.

• “Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”. Jesús nos invita a enfrentarnos con nuestra propia verdad. “Lo de dentro” es lo que nos mancha y oscurece. Es preciso revisar el fondo más tenebroso de nuestra conciencia. Y examinar la raíz de nuestros malos deseos, de nuestros prejuicios, de nuestras hipocresías. Ningún lavado superficial, ninguna acusación a los demás, ninguna proyección de nuestra iniquidad puede justificarnos.

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