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La Salvación de Dios (AVDC2-12)

Ya estamos convencidos de que la crisis económica que estamos padeciendo es un pequeño reflejo de la crisis moral y cultural en la que nos hemos ido enredando desde hace tiempo. Desde todas partes surge la pregunta por la solución. Todos buscamos una salida decorosa: una salvación para la persona y para la sociedad.

¿Dónde se encuentra la salvación? Unos la buscan en unas reformas económicas que al fin terminan por aplastar más a las víctimas. Otros apelan a una revolución pendiente que trata de hacernos olvidar su propio fracaso. Otros miran a los poderosos de la tierra y a las nuevas economías emergentes esperando que nos compren como esclavos.

Pero nos cuesta entender que la salvación no es solo obra nuestra. En el texto del profeta Baruc que hoy se proclama, se insiste en recordar la iniciativa de Dios. Es Dios quien elige a Jerusalén. Es Dios quien la reviste de un manto de justicia. Es Dios quien trae a sus hijos del destierro. Es Dios quien les allana los senderos del desierto (Bar 5, 1-9).

LA CONVERSIÓN DEL HOMBRE

El desierto es también el ambiente en el que se mueve Juan el Bautista. No deberíamos olvidar que había nacido en el seno de una familia y de una tradición sacerdotal. Habría podido disfrutar de una situación de privilegio. Sin embargo, Juan había roto con aquel sistema para retirarse al desierto. De allí viene la salvación.

El evangelio de Lucas evoca con fuertes rasgos la situación social que estaba viviendo el pueblo de Israel (Lc 3,1-6). En lo político, estaba dominado por los tentáculos poderosos del Imperio Romano. En lo religioso, se recordaba que, habiendo sido sumo sacerdote durante nueve años, Anás seguía controlando el templo por medio de sus hijos y de su yerno Caifás.

Cualquiera había pensado que había que comenzar por cambiar de un golpe las estructuras del poder. Pero Juan descubre que las dificultades para que amanezca el día de la salvación no están sólo en la situación política o eclesiástica. Están sobre todo en el interior de cada persona. Juan se retira al desierto para poder invitar a todo hombre a la conversión.

Haciéndose eco de las palabras de Baruc y de Isaías (2, 12-18), Juan insiste en la necesidad de allanar barrancos y precipicios para facilitar el camino de la salvación. Hay que rebajar los montones de nuestro orgullo. Y hay que rellenar los socavones de nuestros desalientos. A la esperanza se oponen tanto la presunción como la desesperación.

EL ANUNCIO DE DIOS
“Que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale, y todos verán la salvación de Dios”. El mensaje de Juan Bautista no era sólo moral. Era profundamente religioso. No sólo invitaba a los hombres a la conversión. Anunciaba la intervención de Dios.

• “Todos verán la salvación de Dios”. Bien sabemos que si es preciso observar la Ley de Dios, es más necesario aún descubrir y amar al Dios de la Ley. A los que esperar la salvación de Dios es hora de anunciarles con humildad y valentía el verdadero rostro del Dios de la salvación.

• “Todos verán la salvación de Dios”. Se dice que para la fe de Israel era importante el verbo “escuchar” la voz de Dios. Pero los peregrinos que subían al templo de Jerusalén deseaban también “ver” el rostro de Dios. Los creyentes de hoy están llamados a dar un testimonio que haga visible a Dios en este mundo.

• “Todos verán la salvación de Dios”. El pregón del Bautista va dirigido a “todos”: los de cerca y los de lejos. La salvación tiene una dimensión universal. Dios quiere la salvación de todos. Los que sólo en él encuentran consuelo y apoyo. Y los que hacen alarde de su autosuficiencia.

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