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El mensaje de la paz (TOC14-13)

El exilio en Babilonia había sido largo. En el fondo del corazón de los hebreos seguía bullendo la nostalgia de la patria. Algunos se acomodaron a las circunstancias y procuraron olvidarse de Jerusalén. Pero otros muchos tuvieron que luchar para que el destierro no les llevara a perder la esperanza.

Tras el regreso de los deportados, un profeta presenta a Jerusalén como una gran madre fecunda que alimenta a sus hijos. Y les invita a festejar a su ciudad y alegrarse de su alegría (Is 66, 10-14). Es más, les trasmite este oráculo de parte del Señor: “Yo haré derivar hacia ella, como un río la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones”.

La lección, que trasciende a aquel momento, es que la historia humana abre siempre ante nosotros un libro. En sus páginas, “Dios escribe derecho con líneas torcidas”. Aun el exilio y la lejanía pueden ser el preludio del gran don de la paz. Gracias a él podemos descubrir nuestra verdad más honda, la necesidad de tejer una sociedad más justa, y la alegría de contar con la presencia y el consuelo del Señor.

EL ENVÍO

¡El don de la paz! Ese es el inicio del mensaje que Jesús confía a los discípulos cuando los envía por delante de él para que vayan preparando su subida a Jerusalén (Lc 10, 1-12.17-20). También nosotros hemos de ser consciente de la amplitud de la mies y de la escasez de los obreros. Y no podemos ignorar las dificultades y los riesgos que nos aguardan.

Ante la magnitud de la tarea, lo primero que se nos ocurre es revisar los medios con los que podemos contar. Recursos de personal, de financiación, de medios de comunicación. Sin embargo, el Señor nos desconcierta: “No llevéis, talega, ni alforja, ni sandalias”. Esa triple prohibición nos recuerda a Gedeón, enviado a dar la batalla con tan pocos combatientes

Pero siempre andamos discutiendo sobre la cantidad de los recursos. Es interesante el comentario que ha escrito la comunidad de Bose: “No basta tener pocos medios, es preciso ser pobres. No basta proclamar el Reino de Dios, es preciso ser hombres de Dios. No basta anunciar la paz, es preciso ser constructores de la paz”.

Jesús no envía a sus discípulos a llevar a los necesitados comida, vestidos o dinero, sino que envía hombres sin dinero, sin alforjas y sin calzado. Se dirá que son imágenes, pero algo se nos quiere indicar con ellas. Lo único que tienen que llevar los enviados por Jesús es el anuncio de que se acerca el Reino de Dios y que es preciso convertirse.
LA VUELTA

En una segunda escena, el evangelio recuerda la vuelta de los discípulos después de aquel ensayo de misión. Aparecen radiantes. Hablan y no terminan de contar los éxitos que han ido recogiendo. Pero Jesús les invita a recordar lo esencial de la misión:

• “No estéis alegres porque se os someten los espíritus”. Sabemos que el mal es poderoso y se encuentra por todas partes. Pero “Dios es el más fuerte”, exclamaba el Papa Francisco en la audiencia del 12 de junio pasado. La alegría de los enviados por el Señor no se fundamenta en los pequeños éxitos en la lucha contra el Goliat de nuestro mundo. No somos nosotros los salvadores de la historia humana.

• “Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo”. Ya sabemos que el cielo es la metáfora de Dios. La alegría de los enviados sólo tiene un motivo: saber que Dios mismo los conoce. Nos llena de sencilla y humilde alegría saber que Dios quiere contar con nosotros para conseguir el mundo de paz que ha soñado.

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