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La viña y el juicio Mt 21,33-46 (TOA27-14)

Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.
Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos.
Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon.
El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.
Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: 'Respetarán a mi hijo'.
Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia".
Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.
Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?».
Le respondieron: "Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo".
Jesús agregó: "¿No han leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?
Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos".
44.
Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos.
Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.  
 
“Mi amigo tenía una viña en un fértil collado”  (Is 5,2). He ahí el comienzo de uno de los poemas más bellos de la Biblia. Un poema que es una hermosa y dramática alegoría de la suerte y la desgracia de Israel. De esa viña el Señor esperaba los frutos del derecho, pero ella dio asesinatos. Dios esperaba obras de bondad y de justicia, pero su viña sólo dio lamentos.
Como todas las parábolas, también ésta encuentra su aplicación en nuestro mundo. Dios ha puesto en nuestras manos esta creación salida de las suyas, pero nosotros la hemos violado y destrozado con saña.
Dios nos ha confiado la organización de la convivencia en nuestra sociedad, pero nosotros hemos olvidado la fraternidad y hemos manchado nuestra tierra con la sangre de los inocentes que hemos troceado o degollado. 
Dios nos ha confiado la belleza de la viña de nuestra misma persona, pero con nuestro pecado y nuestra falsedad hemos prostituido nuestra propia dignidad. El Señor esperaba que diéramos uvas, pero hemos dado agrazones

LOS CRIADOS Y EL HIJO

 Por tercer domingo consecutivo, el evangelio que hoy se proclama nos evoca el mundo de las viñas y el tiempo de la vendimia (Mt 21,33-43). Como haciéndose eco del poema de Isaías, Jesús habla de un propietario que plantó con esmero una viña. La diferencia está en que, al marchar de viaje, la arrendó a unos labradores.
 Llegado el tiempo de la vendimia, los labradores deciden quedarse con los frutos que corresponden al dueño de la viña. Nada frena su avaricia. Por eso apalean, apedrean y dan muerte a los criados que el dueño les envía una y otra vez. Y lo mismo harán con el hijo del dueño. Al empujarlo fuera de la viña y darle muerte, pretenden apropiarse de su herencia. 
La parábola era una clara alegoría de Israel, la viña amada por Dios. Los que debían  gozar de la confianza del Señor, habían matado a los profetas. Y ahora estaban dispuestos a matar al Hijo de Dios. Pero la parábola no ha perdido actualidad. Refleja la actitud de todos los que ignoran a Dios, desprecian a sus mensajeros y condenan a muerte a su Hijo.

EL JUICIO DE DIOS

El evangelio nos anuncia el juicio de Dios sobre la historia. Pensamos que Él es indiferente a nuestras acciones y maldades, que no hay más justicia que la que nosotros decidimos. Pero un día volverá el dueño de la viña. Y Jesús resume su veredicto final: 
• “Se os quitará a vosotros el Reino de Dios”. El Reino de Dios no es un patrimonio de nadie. Es un don de Dios que requiere nuestra fidelidad al Donante.
• “Se dará el Reino a un pueblo que produzca sus frutos”. Muchos de los que han recibido el don de la fe se avergüenzan de ese regalo. Pero otros lo esperan y lo recibirán con gratitud. 
 La parábola puede parecer negativa, pero no lo es. La promesa del juicio de Dios amortigua la esperanza de los malvados y los presuntuosos. Pero enciende la esperanza de los que escuchan la palabra de Dios y dan los frutos que de ella brotan. Hay que elegir. 

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