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La entrega y la confesión Lc 9,18-24 (TOC12-16)

“Me mirarán a mí, a quien traspasaron”  Esas palabras están tomadas del texto de Zacarías que hoy se lee en la celebración  de la Eucaristía (Zac 12, 10-11. 13,1). El profeta transmite un oráculo del Señor en el que se anuncia en primer lugar la liberación del pueblo judío, cautivo en Babilonia, y después la renovación de Jerusalén.
Por una parte se promete una actuación de la justicia de Dios contra todos los pueblos que destruyeron a Jerusalén y deportaron a sus habitantes. Al mismo tiempo se promete un espíritu de gracia y clemencia sobre los habitantes de Jerusalén. Es la inversión de las suertes, como la que reflejará la parábola del pobre Lázaro y el rico que lo ignoraba durante la vida.
Pues bien, en ese contexto se incluye una frase misteriosa: “Me mirarán a mí, a quien traspasaron”. Los diversos significados que puede adquirir coinciden en algo importante. El sacrificio del Siervo de Dios se convierte en fuente de salvación. Al contemplar a la víctima, las gentes podrán arrepentirse y alcanzar misericordia.

LA IMAGEN DEL TRASPASADO

En su carta a los Gálatas, san Pablo nos recuerda que los que nos hemos incorporado a Cristo por el bautismo, nos hemos revestido de Cristo (Gál 3, 27). En nosotros, Dios construye la nueva Jerusalén. Gracias a su misericordia, podemos vivir en la fe y en la esperanza, dando frutos de comunión fraterna entre las personas y los pueblos.
Pero el eco de la primera lectura no se desvanece en el aire. No olvidamos la imagen del traspasado. Sabemos que ha sido aplicada por el evangelio de Juan a Jesús crucificado y traspasado por la lanza de un soldado: “Mirarán al que traspasaron”.
En el evangelio que hoy se proclama, Jesús anuncia su pasión y muerte: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho. Ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día” (Lc 9,22). Evidentemente la muerte de Jesús no había de ser un simple accidente de trabajo.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

 Esa profecía de Jesús no ha surgido de improviso. El evangelio la coloca inmediatamente después de unas preguntas fundamentales que Jesús dirige a sus discípulos.
• “¿Quién dice la gente que soy yo?”. No era difícil responder. Bastaba con prestar atención a los comentarios de la gente que se iban encontrando con Jesús. Todo lo identificaban con algún profeta. Como los antiguos profetas, Jesús hablaba en nombre de Dios. E invitaba a su pueblo a la conversión.
• “Y vosotros, ¿quién decir que soy yo?”. Esta segunda pregunta era una interpelación directa a la fe de sus discípulos. Ante esas palabras, ellos tendrían que reflexionar y decirse a sí mismo qué esperaban de Jesús y por qué lo estaban siguiendo. Esa pregunta se nos dirige a los creyentes de todos los tiempos.

• “Eres el Mesías de Dios”. Así respondió Pedro en nombre de todos. Si la primera respuesta de los discípulos requería una cierta información sobre las opiniones de la gente, esta segunda respuesta comporta la confesión personal de la fe en la identidad y la misión de Jesús, el Ungido de Dios. Ante esa respuesta, Jesús revela su futuro de entrega y de muerte.

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