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Mensaje para la Cuaresma del papa Francisco 2017

La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar (cf. Homilía, 8 enero 2016).

La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia. En concreto, quisiera centrarme aquí en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc 16,19-31). Dejémonos guiar por este relato tan significativo, que nos da la clave para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna, exhortándonos a una sincera conversión.

1. El otro es un don
La parábola comienza presentando a los dos personajes principales, pero el pobre es el que viene descrito con más detalle: él se encuentra en una situación desesperada y no tiene fuerza ni para levantarse, está echado a la puerta del rico y come las migajas que caen de su mesa, tiene llagas por todo el cuerpo y los perros vienen a lamérselas (cf. vv. 20-21). El cuadro es sombrío, y el hombre degradado y humillado.
La escena resulta aún más dramática si consideramos que el pobre se llama Lázaro: un nombre repleto de promesas, que significa literalmente «Dios ayuda». Este no es un personaje anónimo, tiene rasgos precisos y se presenta como alguien con una historia personal. Mientras que para el rico es como si fuera invisible, para nosotros es alguien conocido y casi familiar, tiene un rostro; y, como tal, es un don, un tesoro de valor incalculable, un ser querido, amado, recordado por Dios, aunque su condición concreta sea la de un desecho humano (cf. Homilía, 8 enero 2016).
Lázaro nos enseña que el otro es un don. La justa relación con las personas consiste en reconocer con gratitud su valor. Incluso el pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida. La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido. La Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo. Cada uno de nosotros los encontramos en nuestro camino. Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil. Pero para hacer esto hay que tomar en serio también lo que el Evangelio nos revela acerca del hombre rico.

2. El pecado nos ciega
La parábola es despiadada al mostrar las contradicciones en las que se encuentra el rico (cf. v. 19). Este personaje, al contrario que el pobre Lázaro, no tiene un nombre, se le califica sólo como «rico». Su opulencia se manifiesta en la ropa que viste, de un lujo exagerado. La púrpura, en efecto, era muy valiosa, más que la plata y el oro, y por eso estaba reservada a las divinidades (cf. Jr 10,9) y a los reyes (cf. Jc 8,26). La tela era de un lino especial que contribuía a dar al aspecto un carácter casi sagrado. Por tanto, la riqueza de este hombre es excesiva, también porque la exhibía de manera habitual todos los días: «Banqueteaba espléndidamente cada día» (v. 19). En él se vislumbra de forma patente la corrupción del pecado, que se realiza en tres momentos sucesivos: el amor al dinero, la vanidad y la soberbia (cf. Homilía, 20 septiembre 2013).
El apóstol Pablo dice que «la codicia es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10). Esta es la causa principal de la corrupción y fuente de envidias, pleitos y recelos. El dinero puede llegar a dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico (cf. Exh. ap. Evangelii gaudium, 55). En lugar de ser un instrumento a nuestro servicio para hacer el bien y ejercer la solidaridad con los demás, el dinero puede someternos, a nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja lugar al amor e impide la paz.
La parábola nos muestra cómo la codicia del rico lo hace vanidoso. Su personalidad se desarrolla en la apariencia, en hacer ver a los demás lo que él se puede permitir. Pero la apariencia esconde un vacío interior. Su vida está prisionera de la exterioridad, de la dimensión más superficial y efímera de la existencia (cf. ibíd., 62).
El peldaño más bajo de esta decadencia moral es la soberbia. El hombre rico se viste como si fuera un rey, simula las maneras de un dios, olvidando que es simplemente un mortal. Para el hombre corrompido por el amor a las riquezas, no existe otra cosa que el propio yo, y por eso las personas que están a su alrededor no merecen su atención. El fruto del apego al dinero es una especie de ceguera: el rico no ve al pobre hambriento, llagado y postrado en su humillación.
Cuando miramos a este personaje, se entiende por qué el Evangelio condena con tanta claridad el amor al dinero: «Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24).

3. La Palabra es un don
El Evangelio del rico y el pobre Lázaro nos ayuda a prepararnos bien para la Pascua que se acerca. La liturgia del Miércoles de Ceniza nos invita a vivir una experiencia semejante a la que el rico ha vivido de manera muy dramática. El sacerdote, mientras impone la ceniza en la cabeza, dice las siguientes palabras: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás». El rico y el pobre, en efecto, mueren, y la parte principal de la parábola se desarrolla en el más allá. Los dos personajes descubren de repente que «sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él» (1 Tm 6,7).
También nuestra mirada se dirige al más allá, donde el rico mantiene un diálogo con Abraham, al que llama «padre» (Lc 16,24.27), demostrando que pertenece al pueblo de Dios. Este aspecto hace que su vida sea todavía más contradictoria, ya que hasta ahora no se había dicho nada de su relación con Dios. En efecto, en su vida no había lugar para Dios, siendo él mismo su único dios.
El rico sólo reconoce a Lázaro en medio de los tormentos de la otra vida, y quiere que sea el pobre quien le alivie su sufrimiento con un poco de agua. Los gestos que se piden a Lázaro son semejantes a los que el rico hubiera tenido que hacer y nunca realizó. Abraham, sin embargo, le explica: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces» (v. 25). En el más allá se restablece una cierta equidad y los males de la vida se equilibran con los bienes.
La parábola se prolonga, y de esta manera su mensaje se dirige a todos los cristianos. En efecto, el rico, cuyos hermanos todavía viven, pide a Abraham que les envíe a Lázaro para advertirles; pero Abraham le responde: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen» (v. 29). Y, frente a la objeción del rico, añade: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto» (v. 31).
De esta manera se descubre el verdadero problema del rico: la raíz de sus males está en no prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar ya a Dios y por tanto a despreciar al prójimo. La Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios. Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón al don del hermano.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. El Señor ―que en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del Tentador― nos muestra el camino a seguir. Que el Espíritu Santo nos guíe a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados. Animo a todos los fieles a que manifiesten también esta renovación espiritual participando en las campañas de Cuaresma que muchas organizaciones de la Iglesia promueven en distintas partes del mundo para que aumente la cultura del encuentro en la única familia humana. Oremos unos por otros para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la Pascua.

Comenzar bien la Cuaresma

Ese es el lema que encabeza y resume el mensaje que el Papa Francisco nos dirige para la próxima cuarema. Es este un tiempo muy especial que él define con cuatro frases que deberían ayudarnos a reflexionar:
• “La cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte.
• La cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna.
• La cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo.
• La cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo”.
Tras esas indicaciones, el mensaje papal desgrana ante nosotros la parábola evangélica del pobre Lázaro y el rico indiferente. Es este un texto que “nos da la clave para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna, exhortándonos a una sincera conversión”.
En esta exposicion, el Papa va subrayando los numerosos detalles en los que la parábola presenta a los dos personajes, tanto en la vida terrena como en su destino después de la muerte.  El que ignoraba al mendigo que yacía a su puerta, ruega después al padre Abraham que ese mismo pobre venga en su auxilio y que anuncie a sus parientes la auténtica verdad que puede salvar la existencia humana. 
El pobre Lázaro tiene un mensaje para nosotros. “La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido… Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor”.  
Pero también el rico anónimo nos trae un mensaje sobre esas tres apetencias que nos deshumanizan. “En él se vislumbra de forma patente la corrupción del pecado, que se realiza en tres momentos sucesivos: el amor al dinero, la vanidad y la soberbia”.  
Así pues, la cuaresma nos trae esta lección. Si el primer don de Dios es la presencia del otro, el segundo don de Dios es la entrega de su Palabra. La raíz de los males del rico está en no prestar oído a la Palabra de Dios; “esto es lo que le llevó a no amar a Dios y por tanto a despreciar al prójimo… Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón al don del hermano”.
La parábola nos recuerda que quien trata de vivir “como si Dios no existiera”, vivirá cada día “como si el prójimo no existiera”. Pero es peligroso vivir como si solo yo existiera en el mundo.
Así pues, durante este tiempo de cuaresma estamos invitados a meditar este texto, en el que el evangelio de Lucas nos lleva a reflexionar sobre nuestras relaciones con Dios y con nuestros vecinos.

Cuadernillo Cuaresma 2017 Ciclo A

Este año el cuadernillo viene guiado por la acción semanal (extra en la coincidencia de las solemnidades de S. José y de la Anunciación en una misma semana). La palabra, sea nombre o verbo, es una guía para escribir el compromiso de ese periodo y que se completa en la zona sombreada. Así se irá recorriendo con actitudes lo más concretas posibles el camino cuaresmal hacia la Pascua.


Conversación con Dios (Padrenuestro)

HOMBRE: "Padre Nuestro que estás en los cielos..."
DIOS: Sí.. Aquí estoy…
HOMBRE: Por favor... no me interrumpa. ¡Estoy rezando!
DIOS: ¡Pero tú me llamaste!..
HOMBRE: ¿Llamé? No llamé a nadie. Estoy rezando.... "Padre Nuestro que estás en los cielos..."
DIOS: ¡¡¡Ah!!! Eres tú nuevamente.
HOMBRE: ¿Cómo?
DIOS: ¡Me llamaste! Tú dijiste: "Padre Nuestro que estás en los Cielos." Estoy aquí. ¿En qué te puedo ayudar?
HOMBRE: Pero no quise decir eso. Estoy rezando. Rezo el Padrenuestro todos los días, me siento bien rezando así. Es como cumplir con un deber. Y no me siento bien hasta cumplirlo.
DIOS: Pero ¿cómo puedes decir Padre Nuestro sin pensar que todos son tus Hermanos? ¿Cómo puedes decir que estás en los cielos, si no sabes que el cielo es paz, que el cielo es amor a todos...?
HOMBRE: Es que realmente no había pensado en eso.
DIOS: Pero... prosigue tu oración.
HOMBRE: "Santificado sea tu nombre..."
DIOS: ¡Espera ahí! ¿Qué quieres decir con eso?
HOMBRE: Quiero decir... quiero decir... lo que significa. ¿Cómo lo voy a saber? Es parte de la oración. ¡Sólo eso!
DIOS: Santificado significa digno de respeto, santo, sagrado.
HOMBRE: Ahora entendí. Pero nunca había pensado en el sentido de la palabra SANTIFICADO. "Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo..."
DIOS: ¿Estás hablando en serio?
HOMBRE: Claro.... ¿Por qué no?
DIOS: ¿Y qué haces tú para que eso suceda?
HOMBRE: ¿Cómo qué hago? ¡Nada! Es que es parte de la oración, hablando de eso... sería bueno que el Señor tuviera un control de todo lo que acontece en el cielo y en la tierra también.
DIOS: ¿Tengo control sobre ti?
HOMBRE: Bueno... ¡Yo voy a la Iglesia!
DIOS: ¡No fue eso lo que te pregunté! ¿Qué tal el modo en que tratas a tus hermanos, la forma en que gastas tu dinero, el mucho tiempo que das a la televisión, las propagandas por las que corres detrás, y el poco tiempo que me dedicas a Mí?
HOMBRE: Por favor, ¡para de criticar!
DIOS: Disculpa. Pensé que estabas pidiendo que se hiciese mi voluntad. Si eso fuera a acontecer.. ¿Qué hacer con aquellos que rezan y aceptan mi voluntad, el frío, el calor, la lluvia, la naturaleza, la comunidad....
HOMBRE: Es cierto, tienes razón. Nunca acepto tu voluntad, pues reclamo por todo. Si mandas lluvia, pido sol.. si mandas sol, me quejo del calor... si mandas frío, continúo reclamando; pido salud, pero no cuido de ella, dejo de alimentarme o como mucho.
DIOS: Excelente que reconozcas todo eso. Vamos a trabajar juntos tú y yo. Vamos a tener victorias y derrotas. Me está gustando mucho tu nueva actitud.
HOMBRE: Oye, Señor, preciso terminar ahora, esta oración está demorando mucho más de lo acostumbrado. Continúo..."el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy"...
DIOS: ¡Para ahí! ¿Me estas pidiendo pan material? No sólo de pan vive el hombre sino también de Mi Palabra. Cuando Me pidas el pan, acuérdate de aquéllos que no lo tienen. ¡Puedes pedirme lo que quieras, deja que me vea como un Padre amoroso! Estoy interesado en la última parte de tu oración, continúa...
HOMBRE: "Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden..."
DIOS: ¿Y tu hermano despreciado?
HOMBRE: ¿Ves? Oye, Señor, él me criticó muchas veces y no era verdad lo que decía. Ahora no consigo perdonarlo. Necesito vengarme.
DIOS: Pero... ¿Y tu oración? ¿Qué quieres decir con tu oración? Tú me llamaste y estoy aquí, quiero que salgas de aquí transformado, me gusta que seas honesto. ¡Pero no es bueno cargar con el peso de la ira dentro de ti! ¿Entiendes?
HOMBRE: Entiendo que me sentiría mejor si me vengara.
DIOS: ¡No! Te vas a sentir peor. La venganza no es buena como parece. Piensa en la tristeza que me causarías, piensa en tu tristeza ahora. Yo puedo cambiar todo para ti. Basta que tú lo quieras.
HOMBRE: ¿Puedes? ¿Pero cómo?
DIOS: Perdona a tu hermano, y Yo te perdonaré a ti y te aliviaré.
HOMBRE: Pero, Señor... no puedo perdonarlo.
DIOS: ¡Entonces no me pidas perdón tampoco!
HOMBRE: ¡Estás acertado! Pero sólo quería vengarme, quiero la paz, Señor. Está bien, está bien: perdono a todos, pero ayúdame, Señor! Muéstrame el camino a seguir.
DIOS: Esto que pides es maravilloso, estoy muy feliz contigo. Y tú... ¿Cómo te estas sintiendo?
HOMBRE: ¡Bien, muy bien! A decir verdad, nunca me había sentido así. Es muy bueno hablar con Dios.
DIOS: Ahora terminemos la oración... prosigue...
HOMBRE: "No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal..."
DIOS: Excelente, voy a hacer justamente eso, pero no te pongas en situaciones en las cuales puedas ser tentado.
HOMBRE: Y ahora... ¿Qué quieres decir con eso?
DIOS: Deja de andar en compañía de personas que te llevan a participar de cosas sucias, secretas. Abandona la maldad, el odio. Todo eso te lleva al camino errado. No uses todo eso como salida de emergencia.
HOMBRE: ¡No te entiendo!
DIOS: ¡Claro que entiendes! Has hecho conmigo eso varias veces. Vas por el camino equivocado y luego corres a pedirme socorro.
HOMBRE: Tengo mucha vergüenza, perdóname, Señor.
DIOS: ¡Claro que te perdono! Siempre perdono a quien está dispuesto a perdonar también. Pero cuando me vuelvas a llamar, acuérdate de nuestra conversación, medita cada palabra que dices. Termina tu oración.
HOMBRE: ¿Terminar? Ah, sí, "¡AMEN!"
DIOS: ¿Y qué quiere decir "Amén"?
HOMBRE: No lo sé. Es el final de la oración.
DIOS: Debes decir AMEN cuando aceptas todo lo que quiero, cuando concuerdas con mi voluntad, cuando sigues mis mandamientos, porque AMÉN quiere decir ASÍ SEA, estoy de acuerdo con todo lo que oré.
HOMBRE: Señor, gracias por enseñarme esta oración, y ahora gracias también por hacérmela entender.
DIOS: Yo amo a todos mis hijos, pero amo más a aquéllos que quieren salir del error, a aquéllos que quieren ser libres del pecado. ¡Te bendigo, y permanece en mi paz!
HOMBRE: ¡Gracias, Señor! ¡Estoy muy feliz de saber que eres mi amigo!
Autor desconocido 

Sed perfectos como el Padre Mt 5,38-48 (TOA7-17)

“No odiarás de corazón a tu hermano…No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo”.  Estas normas forman parte de  una amplia lista de prescripciones morales y cultuales. El libro del Levítico les otorga la máxima autoridad al presentarlas como un mensaje de Dios a Moisés (Lev 19,17-18).
Así pues, el texto contiene dos prohibiciones y una exhortación. Ya son importantes esas limitaciones al odio y a la venganza. Con ellas podrían funcionar bastante bien una familia y una aldea, una ciudad y un país. ¿Y por qué no la comunidad internacional?
Pero el mensaje divino va más allá. Dios pide a los miembros de su pueblo que amen a los demás como a sí mismos. Eso significa que hay que aprender a amarse a sí mismo. Y hay que ver al otro como una proyección de uno mismo. No es fácil. Pero habrá que tratar de ensayar ambas propuestas.  
 El salmo 102 sugiere un buen motivo para actuar de esa forma. El Señor es compasivo y misericordioso. Y eso basta. Tratar de imitar el modo de ser de Dios no debería sonar como un peso o una carga, sino como el más grande de los honores.

DEL ODIO AL AMOR
El evangelio que hoy se proclama forma parte del Sermón de la Montaña (Mt 5, 38-48). Poco antes, Jesús nos revela el sentido positivo de tres preceptos aparentemente negativos: No matar, no adulterar y no jurar. Hoy se añaden otros dos preceptos.
• “Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo diente por diente”. Esa famosa norma del talión no era un permiso para la venganza. Era una restricción de la venganza salvaje que reivindicaba Lamec, descendiente de Caín. Pero Jesús aconseja romper la espiral de violencia y ser generoso en el servicio a los demás.
• “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. El amor estaba ya prescrito en el libro del Levítico. Aborrecer al enemigo era la regla y el estilo de algunas comunidades tan fanáticas como radicales. Pero Jesús aconseja terminar con los enemigos por el sencillo expediente de amarlos. 

NI PECADORES NI PAGANOS
¿Qué razones pueden movernos a pasar de la indiferencia a la cercanía y del odio al amor? No podemos darnos por satisfechos con un premio terreno por nuestro buen comportamiento. Jesús enuncia dos motivos importantes.
•  Es preciso superar los criterios y las actitudes de los paganos, y los pecadores. Estos aman a los que comparten su suerte y sus ideales. Pero el seguidor de Jesús ha de tratar de superar ese nivel de comportamiento. Ha de amar aun a los enemigos.

• Es preciso ir más allá de lo socialmente admitido, de lo políticamente correcto. Hay que aprender a remar contra corriente. Y eso no para esperar un premio terreno. Sino porque así es como se comporta Dios. ¿Hay algún motivo más alto?

La verdadera justicia Mt 5,20-22.27.28.33-37 (TOA6-17)

“Si quieres, guardarás sus mandatos, porque es prudencia cumplir su voluntad”.  Así comienza el texto del libro del Eclesiástico que hoy se proclama en la primera lectura de la misa (Eclo 15,16). Esas palabras fueron escritas para ser leídas en una comunidad judía que estaba en contacto con la cultura griega o helenista.
En aquella cultura aparentemente tan libre las gentes se consideraban dirigidas por el destino. Así que era necesario recordar el valor de la voluntad y de la libertad humana. El texto continúa de forma más concreta: “Ante ti están puestos fuego y agua, echa mano a lo que quieras. Delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja”.
Con razón el papa Juan Pablo II subrayó estas palabras en su encíclica “El esplendor de la verdad”. En nuestra sociedad se insiste tanto en los condicionantes de la persona que se niega su libertad y su responsabilidad. Siempre que la persona no sea la víctima de la irresponsabilidad de los demás. Porque entonces, claro que se supone la libertad del que falló.

MANDATOS Y VALORES
Para el mensaje bíblico, lo que importa es ajustar nuestra voluntad a la voluntad del Señor, como canta el salmo 118. Eso nos hará realmente libres. Y esa convicción no ha sido negada por Jesús.
Al contrario. Jesús no vino a abolir los mandamientos de la Ley, sino a ayudarnos a descubrir su sentido más profundo (Mt 5,17-37). El evangelio de este domingo ofrece tres ejemplos, en los que los mandatos desvelan la importancia de los valores humanos:
• No basta con “no matar”. Hay que descubrir el valor de la vida. Es preciso respetar la vida de los demás, pero también su honor. Eso nos exige estar dispuestos a perdonar al hermano y a fomentar la fraternidad.
• No basta con “no cometer adulterio”. Hay que fomentar el valor de la fidelidad, Para eso hemos de vivir unas relaciones interpersonales que reflejen la limpieza del corazón y promuevan el respeto mutuo.
• No basta con “no jurar en falso”. Hay que amar el valor de la verdad. Y vivir de forma tan coherente y diáfana que baste con decir “sí” y “no” para ser creídos por los demás y para promover una cultura que admita la seriedad de la palabra dada.

IMPORTANCIA Y GRANDEZA
Este texto se sitúa en el marco del Sermón de la Montaña, que se abre con las bienaventuranzas de Jesús. Aquellos ideales de vida no se oponen a estos valores éticos. Al contrario. Ambas proclamas indican el verdadero camino de la felicidad.
•  “El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el reino de los cielos”. La importancia verdadera no la dan el tener, el poder, el placer o la impostura. Conviene no equivocarse. 

• “Quien cumpla estos preceptos y los enseñe será grande en el reino de los cielos”. La verdadera grandeza se consigue por el aprecio y la promoción de esos grandes valores humanos que son tutelados por los mandamientos. Conviene estar bien orientados.

Luz del mundo Mt 5,13-16 (TOA5-17)

“Entonces romperá tu luz como la aurora…, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”.  Esas promesas, que encontramos en el texto del libro de Isaías que hoy se proclama (Is 58,7-10). Son la respuesta de Dios a todos los que se lamentan de haber ayunado sin ser escuchados por el Señor.
El oráculo dice que el ayuno verdadero consiste en partir el pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al desnudo y no cerrar el corazón a los que son nuestros hermanos. Es decir, el auténtico ayuno no consiste tanto en no comer como en practicar las obras de misericordia.
Por eso el salmo responsorial se hace eco de aquella profecía, proclamando: “Quien es justo, clemente y compasivo, brilla como una luz en las tinieblas”.
Para nada vale nuestra autosuficiencia. Con razón escribe san Pablo que “nuestra fe no se apoya en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1Cor 2,5).

LA CIUDAD Y LA LÁMPARA
En el evangelio según san Mateo, el capítulo 5 comenzaba proclamando las bienaventuranzas de Jesús. En ellas se dice cómo es Dios y cuál es la identidad del Cristo. Pero también se expone la misión de la Iglesia y se revela la honda verdad del ser humano.  A continuación, Jesús se refiere a sus discípulos con una proclamación y dos imágenes complementarias:
• “Vosotros sois la luz del mundo”. No es un mandato. Antes de ser una obligación moral, es una revelación. Aquel que es la Luz hace que sus seguidores sean luminosos para un mundo que con frecuencia parece caminar en las tinieblas.
• “No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte”. Para favorecer la defensa, muchas ciudades antiguas se elevaban sobre una colina. Eso facilitaba también a los peregrinos encontrar el camino para guarecerse en ellas.
• “Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa”. Esta otra imagen, tan casera y familiar, invita a los discípulos a ser testigos de la luz recibida del Señor.

DON Y TAREA
De todas formas, el texto evangélico continúa con una exhortación, tan apremiante como sugerente, tan tradicional como actual:
•  “Alumbre así vuestra luz a los hombres”. Nadie recibe el don de la gracia solo para su propio beneficio. La luz que hemos recibido es un don gratuito, pero es también una tarea y una responsabilidad. Ha de llegar a todos los hombres.
• “Para que vean vuestras buenas obras”. El bien ha de ser bien hecho. Y las buenas obras no pueden quedar ocultas. No se puede hacer el bien para ser alabados, pero no es razonable ocultarlo siempre a  los ojos de los demás.

• “Para que den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”. Esa es la clave. Esa es la motivación de toda la exhortación. La difusión del bien no puede convertirse en un motivo para la gloria personal. Promover la gloria del Padre es el camino de la felicidad.

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